Un degüello de soles muestra la tarde. Las formas que nos presta el lenguaje para poder comunicarnos nos posibilitan la calidad de aprehensión…. Mientras más da vuelta en nuestra cabeza el concepto/ objeto más lo hacemos nuestro. Con el lenguaje poético la transmisión de la información se oscurece. Pero se oscurece para dar más luz al sentido. Porque nos exige más intervención, más atención, más trabajo. Debemos recorrer más de una vez el concepto para darle luz. Para que lo que pretende transmitir se impregne con más fuerza en nuestro entendimiento, o en nuestro sentir, porque para sentir hay que entender ¿o para entender hay que sentir? El lenguaje poético se imprime mucho más en el espíritu del hombre que el lenguaje coloquial. Esta impresión produce una captación más potente del objeto/concepto.
El lenguaje
coloquial pretende desarrollar de forma directa lo que quiere comunicar. El pan
es pan y el vino es vino. A saber, de Søren Aabye Kierkegaard, la comunicación
directa es un «fraude» hacia Dios, hacia el autor y también hacia los lectores
porque se relaciona meramente con el pensamiento objetivo, que no expresa
apropiadamente la importancia de la subjetividad. La comunicación indirecta
permite a los lectores llegar a sus propios pensamientos y a formarse una
relación personal con las ideas. Dice también nuestro pensador que ser
objetivo priva a la gente del uso de sus pasiones.
El lenguaje poético
se hace de ciertas estrategias discursivas que hacen de este un procedimiento
particular, pero, debemos ser honestos, estos procedimientos no son privativos
de la comunicación poética, el lenguaje coloquial también los utiliza. Pero
estas estrategias lo ponen en evidencia, le dan un plus de existencia, el
lenguaje se hace notar. Es ahí en donde el lenguaje recorre, donde el lenguaje
impresiona, donde el lenguaje repasa la percepción del lector. Una y otra vez
suena, va y viene, es apresado, liberado, captado, esquivo. Es en esa forma en
donde el lenguaje atraviesa sucesivamente al lector, deja huellas en su alma,
en su entendimiento, en su razón, en su pasión… y son esas huellas las que
construyen al concepto/objeto. Caminante
no hay camino, se hace camino al andar. Son esas huellas las que construyen
al camino, no es un camino homogéneo, es camino que se bifurca, que se repasa,
un camino de huella profunda, marcada, sucesivamente recorrido, ida y vuelta, atrás,
adelante, repasado, recorrido una y otra vez. Hasta que se llega al destino. Y
ese destino es el nuestro. Nuestro por derecho, por trabajo, derecho adquirido
en la vorágine del lenguaje, en la violencia de la cicatriz, en el arrebato de
la herida.
La tradición
aristotélica nos dice que el efecto que produce un texto en el lector o
espectador depende del tono, matiz o carácter con que se aborda la imitación. Recordemos
que esta tradición sostiene que el arte es resultado de la imitación de la
naturaleza (mimesis). El efecto pretendido se logra a través de la complejización
del objeto artístico. Es en ese laberinto de procesos en donde el hombre
trabaja. En ese trabajo el concepto/objeto se imprime con más fuerza en el
lector. Así las emociones nacen frente al espectáculo del lenguaje, recorrido
una y otra vez, produciendo, según nos dice Aristóteles, la Catarsis.
El arte pertenece a
la esfera de la estética, que es una rama de la metafísica. La estética se
ocupa de lo agradable o desagradable, en fin, de la conmoción. El lenguaje
poético intenta llegar a esa turbación para instalarse en lo más profundo del
lector, para quedarse ahí, recorriendo los laberintos de nuestra psiquis para
hacernos amos del sentido.
Dejemos que el
lenguaje nos indique el poder de su grandeza. A modo de ilustración se propone
la lectura de un fragmento perteneciente a la novela “Adán Buenosayres” de Leopoldo
Marechal:
-Exactamente. Lo
malo está en que don Luis ha querido llevar a la literatura sus fervores
misticosuburbanos, hasta el punto de inventar una falsa Mitología en la que los
malevos porteños adquieren, no sólo proporciones heroicas, sino hasta vagos
contornos metafísicos.
La miré
duramente.
-Sólo por esa
virtud- le dije-, mi benemérito camarada Luis Pereda merecería los laureles de
Apolo.
-¿Sus razones
,por favor?- me reclamó la Falsa Euterpe.
-¿No se ha dicho
que sobre nuestra literatura viene gravitando un oneroso espíritu de imitación
extranjera? ¡Se ha dicho, no lo niegue! Y cuando un hombre como Pereda sale a
reivindicar el derecho que lo criollo tiene de ascender al plano universal del
arte, se lo ridiculiza y zahiere hasta el punto de hacerle sufrir las
incomodidades de un infierno. Pues bien, señora, yo me inclino ante nuestro
campeón; y me descubriría reverentemente, si no hubiera perdido mi sombrero en
este condenado Helicoide.
-¡Gracias,
pueblo!-me grito Pereda, visiblemente conmovido-. Cuando salga de aquí te
pagaré una ginebra en el almacén rosado de la esquina.
Pero la Falsa
Euterpe insistió:
-Admitamos-dijo-
que nuestro paciente sea un innovado genial. ¿Esa circunstancia le da derecho a
capar los vocablos de nuestro idioma y a escribir soleda y virtú,
o pesao y salao?
-¡Una travesura
idiomática!-repuse yo-. Un caprichoso tijereteo de artista. Ese gusto de capar
le viene de sus antepasados ganaderos.
-Bien- admitió
la falsa Musa-. Pero le quedan los neologismos. Ese señor a tenido la frescura
de introducir en el idioma ciertas baldosedades , aljibismos, balaustradumbres,
que claman al cielo.
-¿Ha leído a
Horacio?- le pregunté.
-¿Horacio?-dijo
ella-. No sabía que escribiese. ¡Un mozo tan serio!
-¡No es el
mismo!- rezongué- El Horacio a que me refiero les da piedra libre a los vates
para introducir neologismos a rajacincha.
Estaba por
contestarme la Falsa Euterpe, cuando intervino un pseudogogo, que vestía cierta
pomposa túnica violeta:
-Señores-declamó
en tono resentido-, no me parece justo distraer a estos nobles excursionistas
con los retozos literarios de un escritor ( y señaló a Pereda) que, según
dicen, no ha trascendido aun los
estrechos límites de la gramática. Sin pecar de inmodestia, creo que hay en
este concurso algunos ingenios más dignos de ocupar una atención humana.
-¡Eso es! ¡Bravo!
-dijeron algunas voces.
-¡Compostura!-les
gritó la Falsa Euterpe-.¡No estamos en el café “Tortoni”!
Me volví a ella
y le pregunté:
-¿Quién es el
tunicado violeta que acaba de expresarse con tan exquisito gusto?
-Es el de las
metáforas pedestres- me contesto la falsa Musa.
Y tendiendo
hacia él un índice poderosamente ungulado:
-Este
señor-expuso-ha caído en la reprensible manía de ensartar comparaciones tras
comparaciones, sin freno alguno y contra los dictados elementales de la
prudencia.
-¿Y qué?-repuse
yo-. ¿No es el lenguaje figurado el que cuadra mejor a la poesía?
-Depende, según
creo, de las figuras. Este señor, por ejemplo, ha colgado en la percha de su
corazón el sobretodo gris de la melancolía; con alarmante frecuencia, se ha
venido poniendo y sacando el camisón de la esperanza; comparó sucesivamente sus
amores con un bar automático, una caja de fósforos y un par de botines. Ahora
se ha envuelto en la frazada caliente de la duda, y no hay Dios que lo haga
subir al tranvía del misterio.
Con ojos
fraternales miré yo al tunicado violeta:
-Señor-le dije-,
con una metáfora intentamos expresar la relación sutil que descubrimos entre
dos cosas diferentes. Pero no es el caso rebajar lo superior a lo inferior,
sino conseguir, por vía de cotejo, que lo inferior ascienda en cierto modo a lo
superior. Comparar el cielo con un wáter closet es ofender al cielo y ridiculizar
al wáter closet.
-¿Y qué debemos
hacer?-gruñó el de violeta- . ¿Comparar el wáter closet con el cielo, para que
el wáter closet ascienda? Por otra parte, ¡miren quien habla! Un loro de la
nueva generación que nos ha mortificado con las metáforas más absurdas. ¿No escribió usted aquello de “el amor más
alegre que un entierro de niños”? …
Podemos pensar que
el texto, mediatizado a través del lenguaje, no da un significado, sino que
genera sentidos. Y esos sentidos se abrazan, se concretan, se desarrollan en el
trabajo de traspasar y repasar la complejidad de la palabra en el uso del
lenguaje poético.
Sabemos que la poesía
es una clase de saber, tan real como el saber científico, filosófico o
religioso. Es una clase de saber que nos da respuestas que las otras clases no
pueden. Pero… recordemos a Casandra: A Casandra, hija de Priamo, rey de Troya,
los dioses le dieron el don de la clarividencia, de la adivinación; pero fueron
estos los que intervinieron para que nadie le crea... así es la Poesía. Pero a pesar de todo recurrimos a ella…. Y por
eso mismo dejemos que ella hable:
Hay que estar
vigilando cada instante,
cada momento en que transcurre el tiempo,
cada segundo con la mente abierta,
cada golpe de luz, destellos de la vida,
para atrapar un ángel, el milagro
que cotidianamente se presenta
como alimento de nuestra subsistencia.
Es el oficio que nos marcó la sangre,
el cazador de cada fantasía,
el oficio común de andar viviendo
como un atrapador de la belleza,
esa que inadvertidamente pasa
entre golpes de vida, entre las sombras
y solo el ojo experto, acostumbrado
a ver la fiesta de colores
encerrada en el aire de las cosas,
procede a su rescate y reconstruye
una vida común, una alegría
que le sirve a la gente como pájaros
que vuelan hacia el sol y permanecen.
Vivir es un oficio ejercitado en la tarea
de atrapar milagros que navegan
en nuestra propia sangre
y en el aire de tránsito al futuro.
Hamlet Lima Quintana
FACUNDO ALBERTO
ARROYO
Argentina.