¿A quién culpamos ahora?, ¿a quién acusar cuando el dedo que apunta también está envilecido por la desfachatez y la farsa de una moral endeble?, la indignación es unánime, pero, ¿qué hacemos los ciudadanos de a pie para cambiar aquella realidad putrefacta a la que nos hemos acostumbrado y con la que convivimos cómodamente? La miseria de nuestro país es un circulo vicioso, un mito de Sísifo cuyo fin será siempre incierto y demasiado distante, nuestras instituciones no son más que clubs para la realización personal, nuestros partidos políticos (si es que se les puede llamar así), mafias organizadas para empresarios usureros, centros de rehabilitación para energúmenos cuyo objetivo es enriquecer sus bolsillos y los de los suyos o el asilo perfecto para militares y policías en retiro que buscan una nueva forma de seguir exprimiendo al estado, como sanguijuelas voraces que jamás podrían existir sin ser parte de aquel aparato gigantesco administrado por cada gobierno de turno como si se tr...