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Perú, huérfano y mendigo.

Existe una frase muy popular en el Perú, atribuida al sabio italiano Antonio Raimondi, al margen de si dijo él esa frase o solo es parte del acervo popular de los peruanos, estas palabras encierran en sí una dolencia trágica y descomunalmente realista.
Somos aquel mendigo que vive en la miseria, repleto de deudas y andrajos, sin hogar, con un pasado que no quiere recordar, con un presente que supura en carne viva, y un futuro inquisidor que a veces, solo por honrosas excepciones, padece de un leve optimismo anacrónico.
Mi país es un vendaval de riquezas y exóticas maravillas, somos la fecunda matriz de un planeta que muere cada día inevitablemente en medio de la deshumanización y el vilipendio de cientos de personajes que se asemejan a los que viven aquí, en nuestra propia casa. Somos uno de los países más ricos del mundo, una potencia en historia, cultura, recursos naturales, cuna de la civilización, y cuna también, aunque duela decirlo, de miserables humanillos, que se han empecinado en hacer del Perú el peor de los mendigos y el más abandonado de los huérfanos, superando cualquier personaje Dickensniano.
Actualmente, vivimos aferrados a la idea de que somos aún el milagro latinoamericano, con una economía que se mantiene aún dentro de los indices establecidos como paradigmas del desarrollo mundial, vivimos todavía en el confort del supermercado y la tarjeta de crédito, suponiendo que el país esta mejor que nunca, aunque claro, los problemas políticos solo son producto de la Corrupción, esa infección aguda que siempre estuvo en nuestros gobernantes y que se a enquistado como un cáncer maligno en la médula espinal de la nación, contra la que todos luchan, "caiga quien caiga", pero a la que nadie se le enfrenta, porque tal vez, todos forman parte de ella.
Culpamos, señalamos, apuntamos, nos exasperamos, renegamos, nos quejamos, etc. Y que más, seguimos arrastrados como la sombra que persigue al cuerpo sin importar por donde sea conducida, pues este cuerpo que tiene tres poderes bien definidos, nos esta llevando por los más putrefactos pantanos, por el más vil lodo, por los espinos más puntiagudos, por el desierto más sofocante, y nosotros seguimos ahí, arrastrados sin saber que hacer para escaparnos de ese cuerpo, porque estamos atados a él con cadenas de acero que ni en doscientos años han podido romperse.
Hoy, el Perú es un huérfano, pero de aquel que nunca conoció a sus padres, que solo escuchó de ellos por curiosidad, pero no sabe si existen, ni como se llaman, o que fueron, nada, el Perú es de aquel huérfano que fue abandonado a su suerte antes de que tuviera uso de razón, y al verse así, infelizmente olvidado; fue ultrajado, violentado, manoseado, apaleado, desdeñado, corrompido, y acabo como un mendigo viviendo en la más cruda de las miserias. Sin embargo, hay quienes se hacen llamar sus padres, pero por un simple interés, lo que el mendigo no sabe, o no quiere saberlo, es que a pesar de todo, él es más rico de lo que nadie puede imaginar, y siempre se le aparecen padres fantasmagóricos que lo usan un tiempo, hay otros que quieren perpetuarse en su paternalismo, otros que tratan de explotarlo hasta más no poder, y entre ellos se pelean, pugnan por la mayor parte de la riqueza de este huérfano mendigo, que además de ello, es ya un anciano, porque su espíritu de lucha está apagado, se comporta pasivamente y cuando es atacado casi nunca se defiende.
Pero yo confío en que ese día llegue, el día en que el oprimido y abusado finalmente no soporte más el yugo y se levante, pero no se levante con ínfulas de peleador callejero, agresivo e ignorante, sino, que se levante con altivez, con educación, que sepa como luchar, como enfrentarse a esos falsos y embusteros que lo sangraron tanto tiempo, que sea como un Conde de Montecristo, con astucia, logre salir de su encierro y enfrentar a aquellos que hoy lo tienen de rodillas, a esos desgraciados que fingen servir, a esos que se reúnen secretamente para tramar sus planes delictivos, yo confío en que un día el mendigo dejara de mendigar por aquello que le pertenece, y el huérfano conocerá a quienes verdaderamente lo reconozcan como a su hijo más querido.

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